Del cuaderno.
30 de marzo de 2023.
Tenemos unas capacidades limitadas. La psicología nos enseña que estamos a merced de muchos sesgos que nos hacen no tomar las mejores decisiones.
¿Cómo podemos gestionar esta realidad? Pues lo primero siendo conscientes del problema. Y a partir de ahí estando siempre en guardia. Siendo flexibles, estando dispuestos a cuestionarnos y a cambiar de opinión. Aprendiendo a aceptar objetivamente la realidad. No lo que “debería ser” sino lo que “es”.
Profundizando.
Mucha tela que cortar en esta reflexión. Veamos, tendemos a creernos mejor de lo que somos. Como especie y como individuos. El ego nos hace reaccionar irracionalmente para proteger nuestro orgullo personal. Son comportamientos defensivos ante ataques percibidos a nuestra competencia e inteligencia. Y cuando una emoción intensa hace presa de nosotros, el pensamiento racional se va por las alcantarillas con todo lo que esto acarrea.
Sin necesidad de que ataquen nuestro ego podemos también ser víctimas de la arrogancia. No deja de ser algo tan viejo como el pecado de soberbia del catecismo. Estar por encima, vernos desde una óptica demasiado positiva. Es algo muy fácil de ver en los demás y muy difícil de ver en nosotros mismos.
Pongo un ejemplo de uno de los muchos sesgos psicológicos identificados y catalogados por los psicólogos. En una sala con los sujetos del experimento (podríamos llamarlos victimas) se pide que cada persona escriba las tres últimas cifras de su número de teléfono. A continuación se hace una pregunta con respuesta numérica pero con respuesta normalmente desconocida por la mayoría de la gente (¿Cuántos médicos registrados hay en Nueva York?). Pues resulta que los sujetos con las cifras de su teléfono más altas dan una respuesta más alta. Es el conocido “efecto ancla”. O sea, que una cifra que no tiene nada que ver con lo que se discuta a continuación se fija en nuestra mente e influye en la conversación. Pudiese ser por esto que un regateo de precios empiece siempre con cifras exageradas (altas por parte del vendedor, bajas por parte del comprador).
Hay muchísimos más ejemplos: el sesgo de supervivencia (ver a la gente que tiene éxito y no considerar a los que se han quedado “por el camino”), el sesgo de confirmación (escuchar con más interés opiniones que concuerdan con las nuestras), etc.
Lo peor de los sesgos es que como humanos todos los tenemos pero nos creemos inmunes a ellos (la arrogancia de nuevo). La arrogancia puede ser fatal. Lo primero es saber que existen y qué son, pero esto no es suficiente. Hay que identificar las ocasiones en las que somos víctimas de un sesgo. Pero aun así podemos quedarnos cortos si no hacemos nada al respecto. No es fácil. Requiere disciplina y buen juicio.
Siguiendo con los ejemplos, es muy saludable escuchar opiniones contrarias a las nuestras. Y tener amigos con los que discrepamos. Esto mantiene el sesgo de confirmación a raya.
No existen recetas mágicas. Mantener la humildad es un primer paso. Reconocer que tenemos muchos fallos. Pero sin pasarse de frenada. Plantearse que somos “defectuosos” y dudar por sistema de nosotros mismos deja nuestra confianza hecha unos zorros. Para mí es una cuestión de equilibrio. Dudar de forma saludable de nuestros razonamientos sin llegar a pensar que todo lo que pensamos está equivocado. Y seguir aprendiendo y cambiando de opinión si es necesario.
Relación con el ahorro y la inversión.
Observo que muchos ahorradores-inversores se meten en su burbuja de ideas y no salen de ella. Respetando la libertad de todo el mundo, yo recomendaría abrirse a la discrepancia. Si estoy en “es que yo no puedo ahorrar” escuchar a alguien que ahorre. ¿Por qué lo hace? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Cómo lo hace? ¿Podría yo hacerlo? ¿Quiero hacerlo? Lo mismo aplica al que ahorra obsesivamente. Debe escuchar a gente menos ahorradora. Lo mismo en inversión con otras opiniones a las propias.
Dentro de los ya inversores hay que interesarse por la psicología. Si una acción está a 20 euros y estamos analizando la empresa, que ese precio no sea un ancla. Es decir, analizamos y que salga nuestra estimación de precio sin considerar esos 20 euros. O reconociendo el sesgo, no mirar el precio hasta tener el que nosotros pagaríamos. El mercado escupe precios a diario. Una acción no está cara porque estuvo un 30% más barata hace unos meses. Ni al revés. Anclas, anclas y más anclas.
Por propia experiencia valorando empresas he visto cómo el analista (me incluyo) tiende a enamorarse de la empresa que analiza. La va conociendo, le va gustando. Las presentaciones y los informes de la propia empresa (información útil) tienen mucho de marketing. Solo destacan las cosas buenas y obvian las malas. Recuerdo que en una gestora de fondos de inversión (no recuerdo cual) se exigía que cada idea se presentase a un comité en el que tenía que haber necesariamente alguien cuya misión era “destruir la tesis de inversión”. Una especie de abogado del diablo. Alguien encargado de buscar problemas y hacer preguntas incómodas. Lo encuentro muy productivo aunque no la mejor táctica para hacer amigos.
Lo de que los inversores somos nuestro peor enemigo se dice mucho. Y me inclino a pensar que es cierto. Solamente hay que ver las ventas en mercados bajistas y las compras cuando los precios suben. Las inversiones deben ser el único producto que preferimos comprar cuando está más caro. Y esto es psicología pura y dura.
El sesgo de supervivencia también está muy relacionado con la inversión. En un sector emergente y en crecimiento (internet al final de los 90) es fácil pensar que podíamos haber identificado a los ganadores (Google pongo por caso) pero no nos acordamos de todas las empresas del sector que terminaron desapareciendo. Aquí hay otro sesgo (de retrospectiva) que nos hace pensar “a toro pasado” que nosotros sabíamos quienes fueron al final los ganadores.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/VezlOnJg9j4
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