Del cuaderno.
1 de abril de 2023.
Las principales decisiones en nuestra vida determinan enormemente nuestra felicidad. Dónde decidimos vivir, con quien nos casamos, con quien nos asociamos, a qué nos dedicamos…
Y a menudo las personas no consideramos opciones perfectamente disponibles y válidas. Imagino que es nuestra mente tomando atajos. ¿Cómo mejorar esto?
Profundizando.
Se refiere esta reflexión a la tendencia que tenemos a andar por el mundo mirando “por una rendija”, es decir a mantenernos tan en nuestra zona de confort que ni siquiera vemos todas las potenciales opciones que podemos adoptar. El cambio nos asusta y nos mantenemos en lo que conocemos hasta tal punto de ser ciegos a muchas de las opciones disponibles y válidas.
Yo, por ejemplo, he vivido en muchos sitios, Galicia, Valladolid, Madrid y finalmente Inglaterra. La emigración desde luego no es para todo el mundo, pero es una opción. Para mí es muy distinto considerar emigrar y decir que no, a ni siquiera considerarlo. ¿Consideramos todas las opciones cuando elegimos profesión? ¿Y cuándo elegimos socios en los negocios? Son decisiones cruciales a considerar con pausa y racionalidad. Cuantas más opciones barajemos casi mejor.
La mente, desde luego, toma atajos. Está demostrado por la psicología que la mayoría de decisiones las toma nuestro cerebro emocional. A través de las emociones podemos decidir con rapidez y sin esfuerzo. Lo cual puede estar muy bien para las decisiones triviales. ¿Os imagináis considerar la mayoría de opciones disponibles para elegir una marca de detergente? En estos casos de decisiones poco importantes la rapidez es más importante que el acierto. A nadie le ha cambiado la vida por no elegir el mejor detergente del mercado.
De hecho, y esto lo encuentro interesantísimo, existe un tipo de pacientes que tiene dañadas ciertas partes del cerebro que les causa problemas para sentir emociones. A resultas de ello son incapaces (o les cuesta mucho) tomar decisiones. Una lección importante considerando que casi todos creemos que decidimos racionalmente todo lo que hacemos.
Cuando terminé mis estudios me fui a trabajar a Madrid. Me llamó mucho la atención que bastantes compañeros se quedaban en Valladolid porque el salto a Madrid les parecía inconcebible. Ignoro si era por algún tipo de miedo. O posiblemente no les entraba en la cabeza irse. A mí (por falta de oportunidades) no me cabía en la cabeza quedarme. Aclaro que todas las personas y sus decisiones me parecen respetables. Y que Valladolid es una gran ciudad, las cosas como son.
Relación con el ahorro y la inversión.
Me encuentro a menudo con personas que no ahorran y me pregunto si es porque ni siquiera lo consideran como opción o si es porque han decidido no ahorrar conscientemente. Lo mismo sucede con la inversión. ¿Es miedo al riesgo, no ver la necesidad o no considerarlo tan siquiera?
Las evidencias para invertir por causa de la inflación son abrumadoras. Dejar el dinero “parado” hace que cada vez valga menos y para conservar el valor adquisitivo es imprescindible invertir. Este argumento, teniendo peso, es puramente racional. Cien por cien. Pero justamente hemos dicho que las decisiones las toma casi siempre el cerebro emocional. Y una emoción muy poderosa es el miedo: “la bolsa es una lotería y voy a perderlo todo”. Me pregunto si podemos fomentar la inversión creando emociones positivas. No lo sé. Meter miedo es más sencillo que infundir esperanza.
Incluso entre inversores de riesgo se puede observar el “efecto rendija”. El universo de activos de inversión es inmenso, casi abrumador. Considerar todas las opciones disponibles es prácticamente imposible. Pero, por ejemplo, con un mundo tan inmenso, invertir solo en empresas de tu país se me antoja que es restringir demasiado nuestras opciones.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/RprPRb9Wgvg
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