Del cuaderno.
3 de abril de 2023.
A nuestro cerebro le encanta imaginar. Pensamientos del estilo “si yo hubiera…” son muy comunes, pero no siempre son útiles porque nos hacen sufrir innecesariamente.
El pasado hay que aceptarlo. Aprender de él, sí. Pero desde la aceptación. Sin dejar que sentimientos como la culpa o el arrepentimiento nos impidan pensar con claridad.
Profundizando.
La imaginación es una gran herramienta. Nos distingue de otros seres vivos y nos hace creativos. Sin imaginación no hay creatividad. Pero imaginar cosas de la forma equivocada puede ser un gran error.
Imaginar voluntariamente algo nos crea las mismas sensaciones que si lo imaginado fuera real. Este es un descubrimiento fascinante de la psicología a través de experimentos. Por eso los deportistas de élite utilizan la visualización. Cómo me imagino el espacio de competición, cómo me imagino el desarrollo de la misma… El cuerpo y la mente ya se ponen en situación y mejora el rendimiento gracias a esa anticipación.
Ponerse nervioso ante algo inminente es muy similar. El cosquilleo en el estómago del orador antes de enfrentarse a la audiencia, por ejemplo. Estos nervios normalmente contribuyen a que las cosas salgan bien. El corazón bombea con intensidad, se segrega algo de adrenalina y todo ello contribuye a un buen rendimiento. Se trata en este caso de imaginación involuntaria.
Lo malo es que estos mecanismos pueden influir negativamente, llegándose a casos patológicos. En esos casos la imaginación lleva al miedo, al pánico incluso, a la parálisis.
Pero esta reflexión va más sobre el pasado que sobre el futuro. La imaginación también puede trabajar sobre el pasado, de forma condicional. Pensamientos tipo “si yo hubiese hecho esto”, “si las circunstancias hubiesen sido de este otro modo”. Estos pensamientos pueden ser muy útiles porque bien utilizados nos llevan a aprender. Aprender reconociendo lo que hayamos hecho mal para hacerlo mejor la próxima vez. Es el pensamiento obsesivo sobre lo que pudiese haber sucedido de modo diferente al pasado real lo que nos puede meter en un círculo vicioso.
De esos pensamientos que identifican lo que creemos que hicimos mal nacen también la culpabilidad y el arrepentimiento. Estos sentimientos, si no se utilizan para mejorar, pueden ser muy tóxicos.
Relación con el ahorro y la inversión.
En inversión hay una habilidad que me parece importantísima: saber pasar página. A lo largo de una vida inversora hay operaciones que van a salir mal y eso no tiene remedio. O lo asumes o estás perdido. La habilidad de aceptar la realidad y no quedarse anclado es enormemente útil. Observar, aprender y seguir.
Pero nuestra amiga la imaginación se lo pasa en grande jugando con nosotros. Cuando consideras invertir en algo y no lo haces, si esa inversión “hubiese salido bien”, nos mortifica pensar en ello. Lo vemos como una pérdida. Duele. Duele mucho más que lo contrario que es haberte librado de un desastre. Y la verdad, en un gráfico de un año hay montones de oportunidades para haber ganado y multitud de oportunidades para haber perdido. Hipotéticas en su mayoría. Los sesgos nos convencen de que somos capaces de comprar en mínimos y vender en máximos.
En operaciones reales, no imaginarias, es tan importante no sentirse un genio cuando algo sale bien como no sentirse un inútil cuando sale mal. Recordemos por otra parte que la suerte influye y mucho.
Consejo de amigo: cuando vendas no sigas mirando las cotizaciones. Tampoco cuando compres. Por el sencillo motivo de que es casi imposible (al menos de manera consistente) haber comprado o vendido “en el mejor momento”.
Para la mayoría de la gente corriente el mejor momento para invertir es “ahora” y es hacerlo a largo plazo. Dejemos de imaginarnos cosas.
Lo absurdo de considerar lo que “pudo haber pasado” queda reflejado en el genial chiste en el que llega alguien al trabajo y dice:
- Esta mañana casi consigo ser millonario.
Los compañeros, sorprendidos y curiosos, empiezan a especular:
- ¿Casi te toca la lotería? ¿Una herencia inesperada?
Entonces nuestro protagonista lo explica:
- Fui al banco y dije al cajero “deme un millón de euros”. Y me dijo “no”. ¡Si me llega a decir “sí” sería millonario!
Pues eso.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/xtUH6zkukIU
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