Del cuaderno.
2 de abril de 2023.
Nos iría mucho mejor como especie si reconociésemos lo que significa “ser humano”. Nos miramos en el espejo y no nos gusta como somos. Aún peor, nos vemos mejor de lo que somos. Por eso se adoptan políticas “buenistas” y se inventan ideologías como el comunismo que no pueden funcionar dada la naturaleza del hombre.
Sólo podemos aspirar a conocernos y poner reglas e incentivos acordes con la naturaleza del hombre.
Profundizando.
Los seres humanos estamos llenos de contradicciones. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Me parece importante la idea de conocer nuestra naturaleza y actuar conforme a ella. En otras palabras, conducirnos para fluir con lo que es natural en las personas. Actuar contra natura es una receta para errores que pueden tener graves consecuencias.
El ejemplo de las ideologías colectivistas es muy bueno en este contexto. No funcionan porque el hombre tiene una parte individualista y creativa que por naturaleza tenderá a expresarse. Si no dejamos que se exprese por un supuesto bien común, estamos forzando al hombre a ser lo que no es. Supuestamente el colectivismo busca un mundo mejor porque el hombre es “defectuoso” y lo que importa es el bienestar de la sociedad.
Quiero matizar que incluyo en el colectivismo no solo el comunismo, sino a otras ideas marxistas, al fascismo y a su primo hermano el nazismo. Todas estas ideologías ponen a la sociedad (o a la nación) por encima del individuo. Si cada hombre tiene su ego individual y sus ideas de cómo quiere vivir su vida, el choque entre esto y lo que se le imponga por el bien del colectivo producirá unas tensiones muy graves. Basta mirar a la historia para comprobar cuáles son los resultados de este tipo de experimentos.
Lo de mirarse al espejo y no gustarnos lo que vemos tiene su reflejo en frases de defensa de grupos (normalmente gremios), apelando a la “profesionalidad” y a virtudes que se atribuyen a los individuos que componen el colectivo. Pero al final cada político, cada médico, cada funcionario público… es un ser humano con sus defectos. Convertir al hombre en un ser angelical nos hace ignorar sus carencias y sus defectos. Habrá políticos honrados, pero también los hay egoístas, corruptos e incompetentes. Considerando que “todo el mundo es bueno” estamos partiendo de una base errónea.
También existe la tendencia de mirarnos a nosotros mismos y a los demás viendo algo que es mejor que la realidad. Vernos mejor de lo que somos conduce a la arrogancia y a ignorar nuestras propias limitaciones, que son muchas. Digamos que nuestra inteligencia es enorme como especie, pero no somos tan listos como creemos. Considerar a los demás mejores de lo que realmente son conduce a idolatrar a personas que por muchas cualidades que tengan son también humanas. Ocurre en ocasiones que se nos caen esos “ídolos” cuando salen noticias que cuestionan esa imagen de virtud que teníamos de ciertas personas, en particular personas famosas. Los ejemplos son abundantes.
Entiendo que la mejor forma de organizar la sociedad es establecer unas reglas que generen buenos incentivos. Incentivos positivos y negativos, es decir, fomentar comportamientos deseables y castigar comportamientos indeseables. Ya, ya lo sé, quedaría por determinar qué es lo deseable y lo indeseable. Pero groso modo como que nuestros principios éticos nos guían. Robar es indeseable, ayudar a los necesitados es deseable. Son casos claros. Habrá otros menos claros que de algún modo habrá que dilucidar. Y habrá casos que dependan de valores culturales. O sea, que no todos los incentivos son universales.
El caso es que con los siglos han ido surgiendo sistemas que, sin ser perfectos, van en esta dirección. El derecho, por ejemplo, regula las relaciones humanas incentivando lo bueno y desincentivando lo malo. A lo mejor no siempre, pero casi siempre.
Relación con el ahorro y la inversión.
Una condición imprescindible para el ahorro y la inversión es tener un sistema que protege la propiedad privada. La propiedad está muy alineada con la naturaleza humana. Basta observar lo rápido que aprenden los niños palabras como “mío”. En general nos gusta poseer cosas. Cuando se colonizaban tierras nuevas, el que se asentaba en ellas adquiría derechos de propiedad. Una costumbre espontánea que nace de cómo somos las personas.
Los incentivos son claves en inversión. Recordemos que ser accionista, por ejemplo, nos convierte en propietarios de una parte de un negocio. Pero las empresas las administra un equipo directivo que puede tener unos intereses particulares diferentes a los del propietario (accionista). No sé, cobrar demasiado. Unos sueldos exagerados salen de los beneficios del negocio que son propiedad del accionista. Hacer accionistas a los directivos (práctica habitual) produce un incentivo virtuoso para la buena gestión de la empresa. El directivo tratará de hacerlo bien porque la empresa es en parte suya.
Debemos analizar esos incentivos a la hora de invertir. ¿Qué recibe un empleado de banca por venderme un producto? ¿Le interesa que a mí me vaya bien o cobrar una comisión? ¿Me recomienda el mejor producto para mis circunstancias? ¿Qué gana con ello? Y así con directivos, brókers, analistas, divulgadores, gente que recomienda acciones,… ¡La lista es interminable! Analizar los incentivos puede ser un arma poderosa para hacer buenas recomendaciones de inversión.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/QkNQYqgwcaQ
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