Del cuaderno.
15 de mayo de 2023.
Como dice el dicho popular “el camino del infierno está lleno de buenas intenciones”. Es curioso cómo se juzgan los actos de los hombres, la política es un buen ejemplo, por sus intenciones más que por sus posibles efectos.
Basta que una política tenga por objetivo “ayudar a los más desfavorecidos” para que se suspendan el debate y la crítica. El objetivo del político es llegar y mantenerse en el poder. Ser “popular” en un régimen autoritario o ser votado en uno democrático. En ambos casos las buenas intenciones son un argumento emocional muy efectivo.
En casos complejos (casi todos hoy en día) intereses poco confesables se disfrazan de buenas intenciones a efectos de relaciones públicas.
Profundizando.
Le preguntaron en una entrevista a un profesor universitario que por qué tras todos los desastres históricos relacionados con el comunismo había mucha gente que seguía propugnando ese tipo de políticas. La respuesta fue clara e inmediata y no dejaba lugar a la duda. Se notaba que el entrevistado tenía el asunto bien pensado: “Porque se juzga al comunismo por sus intenciones y a otras doctrinas políticas por sus resultados”.
O sea, las buenas intenciones proporcionan una cobertura moral atractiva en cuya narrativa los resultados, de no ser buenos, son excusables. Que la Unión Soviética fue un desastre casi no lo duda nadie, pero con eso y con todo se sigue argumentando que fue porque no aplicaron bien las ideas del marxismo.
Se me viene a la cabeza la anécdota de aquella señora de un pueblo que destrozó un fresco de la efigie de Cristo tratando de restaurarlo. La buena mujer dejó el fresco, disculpad el chiste malo, como un cristo. Todo parecido con el original era pura coincidencia. El asunto se hizo muy popular en las redes sociales con fotos del antes y el después, y comentarios (sobre todo jocosos) de todo tipo. El debate público dejó bien claro que la señora perpetró la atrocidad “con las mejores intenciones”. Por fortuna la obra parece ser que no tenía una gran importancia artística. Defender casos así por lo de las buenas intenciones no me parece muy sensato. Puede que sea peor hacerlo con malas intenciones, pero poco más.
¿Y qué nos enseña todo esto?
En temas políticos opino que hay que juzgar las propuestas con ojo crítico, enfocado en la experiencia, la historia y los resultados esperables. Incluso aceptando la buena intención en los fines, que no nos hipnoticen con recetas simplistas en cuanto a los medios. La sociedad es un sistema complejísimo con montones de causas y efectos que forman una red enormemente complicada. Los efectos no esperados en sistemas así están siempre al acecho y no son fáciles de prever.
En el terreno personal es obligado reflexionar antes de hacer algo, con mucho foco en las posibles consecuencias. Obrar con buena intención es muy noble, pero los resultados importan mucho.
Otra lección que extraigo es que saber lo que nos conviene hacer y hacerlo son cosas bien distintas. Quiero decir que en la dupla virtuosa de pensar (saber) y actuar, podemos tener las mejores intenciones pero al final son las acciones las que cuentan. Pero me está dando la sensación de que me estoy desviando del tema.
Relación con el ahorro y la inversión.
En el mundo del ahorro y la inversión nunca se debe olvidar que arriesgamos nuestro dinero con la esperanza de obtener unos beneficios. Vamos, que la rentabilidad es el objetivo y no conviene olvidarlo. ¿Rentabilidad a cualquier coste? No. Que cada cual aplique los criterios éticos que considere oportunos, pero si se pierde de vista lograr una rentabilidad satisfactoria, se corre el riesgo de perder el rumbo.
Por ejemplo, una persona con la que hablé mucho de inversión no quería invertir en la industria militar. Un requisito de este tipo complica mucho las cosas. No tanto si se seleccionan empresas concretas como si se usan vehículos con muchas acciones dentro. Luego descubrimos que en una cesta amplia de acciones, el porcentaje directo invertido en la industria de la defensa era pequeña en porcentaje.
Notemos, en todo caso, que excluir de nuestras inversiones un sector en una economía moderna es enormemente complicado. Quiero decir que los productos y servicios intermedios en la industria se entrelazan de forma compleja y excluir algo “por completo” es prácticamente imposible. Siendo estrictos, una siderurgia cuyo acero termina en edificios, pero también en misiles, debería ser excluida. Y una empresa de electrónica, aunque buena parte de su producción se dedique a mercados civiles.
Relacionado con esto, en los últimos años ha surgido la inversión ESG. Se trata de inversión con criterios medioambientales, sociales y de gobernanza. El primer problema que veo es definir con precisión cuáles son estos criterios. Siempre tuve la sensación, con todos los respetos, de que esta tendencia perseguía algún tipo de agenda política. También sucede lo que he descrito antes. Si una petrolera no es ESG, una empresa que vende electricidad a una petrolera: ¿lo sería o no?
Hay otros casos que son mucho más simples. Recuerdo un programa de la televisión donde emprendedores iban a presentar sus proyectos con el objetivo de captar inversión. Los pequeños empresarios hacían una presentación breve y se sometían a las preguntas del panel. Los capitalistas (llamémoslos así) podían manifestar que no estaban interesados en cualquier momento, o quedarse hasta el final y hacer una oferta. Recuerdo que una vez, uno de ellos, se salió justo al inicio de la presentación. Declaró que por motivos religiosos no invertía en negocios relacionados con el alcohol y muy educadamente le deseó buena suerte al emprendedor.
Vamos, que la ética tiene cabida en el mundo de los negocios. Pero más importante que eso pienso que esta última anécdota nos enseña que el universo inversor es inmenso y que se pueden “dejar pasar” muchas oportunidades. Incluso hay muy buenos inversores que solo ponen su dinero en proyectos realmente excepcionales. Pero de nuevo, me voy por las ramas.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/oJlEBPMhT38
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