Reflexiones

Reflexión número 14: Ahorrarse el esfuerzo de pensar.

mayo 31, 2024

Del cuaderno.

5 de abril de 2023.

Pensar es costoso. Esto no es una opinión, es un hecho probado por la psicología. Es por ello que nuestra mente busca atajos. Es por ello que las marcas comerciales y ciertas imágenes bien escogidas empujan a la acción irreflexiva.

Por un lado no podríamos vivir si pensásemos en profundidad sobre cada decisión que tomamos. Pero por otro lado parece evidente que “evitar pensar” no es la mejor estrategia.

¿Quizás seleccionar qué asuntos (los importantes) requieren reflexión?

Profundizando.

No descubro nada nuevo diciendo que nuestra mente tiene dos sistemas: uno rápido, económico y casi inconsciente con el que tomamos casi todas las decisiones (cerebro emocional) y otro lento, costoso y deliberado (cerebro racional). De ahí el título del libro “Pensar Rápido, Pensar Despacio” del premio nobel Daniel Kahneman. El coste de las decisiones racionales es doble: en tiempo y en energía. A cambio de esos costes las decisiones racionales son más completas y su probabilidad de error es menor.

Alguien estará pensando “entonces hay que tomar todas las decisiones racionalmente”. Pues no. Paradójicamente las personas que han perdido la capacidad de utilizar su cerebro emocional tienen enormes dificultades a la hora de tomar decisiones. O en otras palabras, la mayoría de las decisiones (tomamos miles a diario) las toma nuestro sistema rápido. Pensándolo bien, utilizar un proceso racional para todo sería prácticamente imposible. Imaginemos que estamos haciendo la compra en el supermercado y que adquirimos 25 productos. ¿Cómo los hemos escogido? ¿Hemos leído las etiquetas de cada uno y de sus alternativas y hemos decidido en función de los ingredientes? ¿En función de su composición alimentaria? Claramente no. De hacerlo así una compra de media hora duraría tres o cuatro. Muchos productos los echamos al carrito por costumbre y muchos otros por la marca, su posición en la estantería, etc. O sea, en base a impresiones rápidas y estímulos diseñados deliberadamente para hacernos comprar “sin pensar”.

Como sucede a menudo la clave está en el equilibrio. O sea, en usar deliberadamente cada sistema de la mente para un tipo de tareas. En el caso de la compra la economía de tiempo que saco de decidir con el sistema rápido supera la trascendencia de haber comprado una marca de mayonesa que no es la mejor para mí. Pero si voy a decidir aceptar una oferta de trabajo o comprar un apartamento, mejor me siento, me pongo a pensar e intento considerar todos los elementos esenciales para esa decisión tan importante. En otras palabras, ahorrarse el esfuerzo de pensar tiene sentido en muchos contextos.

Yo diría, en relación a todo esto, que hay tres tipos de decisiones. Decisiones automáticas, es decir, aquellas prácticamente instintivas y que es casi imposible racionalizar. Por ejemplo, huir de un peligro inminente. Luego hay decisiones hechas hábito tras reflexionar. Por ejemplo, comprar un cierto producto como norma tras haber dedicado tiempo a compararlo con sus alternativas. En el momento de decidir no pensamos, pero ya lo hemos hecho anteriormente y ahora simplemente hemos automatizado esa decisión recurrente. En tercer lugar están las decisiones que se toman esforzándose, sentándose a una mesa con lápiz y papel, tomándose el tiempo necesario.

Relación con el ahorro y la inversión.

Estas consideraciones están íntimamente relacionadas con el ahorro. Pongamos por ejemplo las decisiones de compra impulsivas. Esas cosillas que adquirimos sin pensar en absoluto porque de algún modo nos hemos visto casi “forzados” a hacerlo. Las empresas emplean miles de millones en crear esa conexión emocional con sus productos. También, ya que se ponen, generan lemas breves e impactantes para que no nos sintamos culpables. Mi favorito en este ámbito es “Because you are worth it” (porque te lo mereces) de una conocida marca de cosméticos. Una receta para evitar caer en esto es adoptar como opción por defecto no comprar y darnos un periodo de reflexión, digamos un par de días. Si al cabo de esas 48 horas seguimos queriendo el producto en cuestión pues ya comprarlo. Me atrevo a afirmar que en la mayoría de los casos a los dos días se nos ha olvidado o ya no sentimos que necesitamos el artículo. De nuevo, no es lo mismo que el artículo en cuestión sea un paquete de chicles (impacto limitado) o un ordenador portátil. Cuidado en todo caso con compritas mínimas que se acumulan y que en ocasiones no se disfrutan o utilizan. ¿Cuántas suscripciones online muy baratas a todo tipo de servicios tenemos cada uno? ¿Las usamos todas? ¿Nos reportan todas ellas un disfrute que realmente aporta algo positivo a nuestras vidas?

En el caso de la inversión hay dos cosas realmente importantes relacionadas con nuestras formas de decidir. La primera es evitar que nuestro cerebro emocional tome las riendas de las decisiones, sobre todo en caso de mercados en burbuja (sentimiento de avaricia) o en mercados con caídas fuertes de precios (sentimiento de miedo). Ver si es sensato comprar o vender en circunstancias de estrés. Como decía San Ignacio “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. En cualquier caso, con independencia de que no hacer nada pueda ser lo mejor, la decisión en momentos complicados es mejor que esté presidida por el pensamiento racional.

En segundo lugar es importante hacer los deberes antes de componer una cartera, comprar una acción, etc. Es decir, analizar y sopesar las posibles alternativas para elegir la más adecuada para nosotros. Cuando consideremos hacer cambios a nuestra cartera de inversión, saber que no hacer nada es una de las alternativas. Cada decisión pasada de inversión debe tener un motivo. ¿Por qué estoy invertido en esto? Y en este campo, para evitar que la rutina nos desvíe del destino, es muy recomendable poner por escrito los motivos de invertir. La tesis de inversión. Si la tesis sigue viva ¿Tiene sentido vender? ¿Tengo una alternativa mejor? Si la tesis ya no se sostiene lo suyo es salir, incluso puede ser sensato salirse con pérdidas. ¡Cuánto nos cuesta vender con pérdidas!

Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/Clh0Dy7qYLA 

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Juan Cogollos

Asesor de IMPASSIVE WEALTH FI y editor de impassivewealth.com

Juan Cogollos es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Valladolid. Posee además las titulaciones  de Máster en Value Investing y Teoría del Ciclo por OMMA, Professional Certificate in Management por la Open University y Asesor Financiero por Visualchart.


Profesionalmente se ha dedicado a la ingeniería del software y posteriormente a la inversión. Reside cerca de Oxford (Reino Unido) desde 1999. Dentro del mundo de la inversión le interesan especialmente la historia,
la psicología y la economía de la escuela austriaca, no necesariamente en ese orden. Considera esencial la divulgación de las ideas simples que pueden poner la inversión exitosa al alcance de todos.


“A mi modo de ver como científico e ingeniero, es razonable pensar que podemos aproximarnos a los mercados basándonos en reglas matemáticas. La economía y la inversión no son ciencias exactas como la física, pero obedecen a leyes cuya esencia puede capturarse en términos de probabilidad. Y a través de las probabilidades es posible crear algoritmos que inclinen la balanza de la rentabilidad a nuestro favor en el largo plazo”.

Está certificado como Asesor Financiero con título acreditado por la CNMV.

Desde octubre de 2020 es asesor del fondo de inversión IMPASSIVE WEALTH, FI.

Juan Manuel Rodríguez.

Director de inversiones y Gestor de IMPASSIVE WEALTH FI.

Juan Manuel Rodríguez reside en Madrid. Es arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Madrid (ETSAM). Posee el Certificado de Asesor Financiero con título acreditado por la CNMV y ha cursado el Máster en Value Investing y Teoría del Ciclo impartido por OMMA y el Curso Monográfico sobre Gestión de Carteras de Inversión, Renta Variable y Renta Fija impartido por el CEF.


Profesionalmente se ha dedicado al Cálculo Estructural en el ámbito de la edificación y posteriormente a la inversión, siendo el autor del “algoritmo impasible” un método matemático de gestión de activos financieros, base de la gestión del fondo Impassive Wealth FI.


“El algoritmo impasible es un sistema de control de la liquidez, por tanto, es un mecanismo de control del riesgo en una inversión, está programado para comprar más barato y vender más caro que la posición promedio en un activo financiero, reduciendo significativamente la volatilidad del activo al que se aplica”.

Está certificado como Asesor Financiero con título acreditado por la CNMV.

Desde septiembre de 2018 es el gestor del fondo de inversión IMPASSIVE WEALTH, FI.