Del cuaderno.
12 de abril de 2023.
Los hombres somos imperfectos, capaces de lo mejor y de lo peor. Por lo tanto es imposible que gane el bien esperando “buenos comportamientos” por parte de todos.
La única forma de evitar abusos y fomentar buenos comportamientos es estableciendo sistemas de incentivos que inclinen la balanza hacia el bien.
Profundizando.
Un mercado libre funciona porque todos los participantes, buscando fines egoístas, hacen lo correcto para satisfacer las necesidades de los consumidores. Es la llamada mano invisible de Adam Smith, que decía muy elocuentemente que si había carne en la carnicería y pan en la panadería no era por las intenciones benévolas del carnicero o del panadero. La división del trabajo, auténtico motor del progreso y la civilización, avanza porque es mejor para cada uno de nosotros producir de forma eficiente lo que conocemos mejor y comprar a otros el resto de cosas. Cuando digo conocemos mejor me refiero a todo el conjunto de condiciones que hacen la producción de algo más fácil: clima, recursos, personas…
Este principio de los incentivos tiene una gran repercusión a nivel social y político. Los mejores sistemas en este respecto son aquellos en los que hay cierto equilibrio. División de poderes. Pesos y contrapesos que mantienen a las personas en comportamientos deseables. Un gobierno no puede hacer absolutamente lo que quiera porque los jueces pueden echar abajo sus decisiones con todas las consecuencias que esto acarrea. En un sistema democrático es imprescindible que existan unos medios de comunicación libres que informen a la población para que voten de forma informada.
Hablando de la democracia, uno de sus fallos es que para ganar elecciones los candidatos tienen un incentivo muy claro para prometer cosas a los votantes. Cosas que en muchas ocasiones no son deseables. No solo eso, sino que se trata de políticas muy difíciles de financiar a largo plazo y que terminan llevando a la servidumbre y la pobreza. Creo que no es necesario citar ejemplos.
Una regla muy interesante para crear un buen sistema de incentivos es el principio de “jugarse la piel” (del inglés “skin in the game”). Este término, acuñado por el genial Nassim Taleb, dice que la gente se porta mucho mejor si se juega algo. Los ejemplos son infinitos. Ensuciar las calles (que no son de nadie) cuando nunca haríamos lo mismo en nuestra casa. Ya sé que es un ejemplo burdo. Buscando otro mejor se me ocurre el de los políticos, que rara vez sufren un castigo que merezca el nombre de tal por las consecuencias de sus errores.
El ingrediente esencial de la corrupción es la impunidad, es decir, saber casi a ciencia cierta que no nos jugamos nada siendo corruptos. En el entorno de la justicia, las condenas son precisamente un desincentivo para que las personas se lo piensen seriamente antes de delinquir. En este particular me queda la duda de si el sistema está funcionando.
Relación con el ahorro y la inversión.
Vamos a nuestro banco de toda la vida y el amable empleado nos ofrece unos productos fantásticos que nos seducen, aunque en realidad no terminemos de entenderlos. ¡Stop! Os hago la siguiente pregunta: ¿qué incentivos tiene esa persona? ¿Nuestra prosperidad, servirnos, o cubrir un cupo de ventas y llevarse una comisión? No culpo a la persona por buscar su propio beneficio, sino al sistema que crea los incentivos perversos que ponen al cliente el último en la lista de prioridades.
La gente chic en el mundo financiero, sobre todo los que han cursado prestigiosos masters, llaman a esto de los incentivos “alineamiento de intereses”. Hay muchas situaciones donde los intereses de, pongo por caso, gestores de negocios, no están alineados con los del cliente o el propietario. Muchos directivos tienen como fin cobrar sus enormes salarios e incentivos y (contrariamente a lo que digan) les importan muy poco los intereses de los accionistas (los dueños a fin de cuentas). En no pocas ocasiones los directivos, financieramente muy bien remunerados, van más allá y alimentan su ego con grandes proyectos cuyo fin es aumentar su prestigio. Así se inician proyectos caros acompañados de una narrativa sugerente que acaban en desastre. No se juegan la piel. Se van con su sueldazo, indemnización y pensión, habiendo hecho perder millones a los accionistas.
Una de las técnicas que menos me gusta en inversión es copiar a grandes gestores. Creo que tiene su utilidad para poner oportunidades en el radar, pero muy a menudo las razones del gestor no van a estar alineadas con las nuestras. En ocasiones un movimiento de venta puede deberse a limites regulatorios, ni siquiera a la opinión del gestor. Siguiendo sus pasos hacemos posiblemente lo contrario de lo que haría la persona copiada si pudiese.
Una cosa que se mira mucho al analizar una empresa es si los directivos compran o venden acciones y en qué cantidad. Los directivos tienen información desde dentro. Conocen muy bien la empresa. Mejor que nadie. Y por tanto si compran acciones es porque creen en un futuro prometedor. De nuevo, hay que ejercer la prudencia porque las ventas no son tan fáciles de interpretar. Un directivo puede vender porque se va a comprar una mansión o simplemente porque necesita dinero para la boda de un hijo. No necesariamente porque no crea en las perspectivas de la empresa.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/Y4SUDzQb90w
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