Del cuaderno.
25 de abril de 2023.
Muchas veces, cuando tenemos que decidir algo complicado o difícil, es natural que dudemos. La duda nos puede paralizar y hacer que retrasemos la decisión y la acción; incluso llevar a que no hagamos nada. Pero no hacer nada ¡es una de las opciones! En ocasiones puede ser la mejor opción, pero conviene que la decisión sea consciente.
En resumen, ver la inacción como opción es útil. La inacción como “no quiero decidir y actuar” puede ser a menudo un gran error.
Profundizando.
Nos pasamos la vida tomando decisiones pequeñas y grandes. Desde qué marca de champú comprar hasta que Universidad seleccionar para hacer un curso. Y en ocasiones nos entra la parálisis de no saber qué hacer. O la decisión nos resulta compleja. O desagradable por algún motivo. También puede suceder que tengamos demasiadas cosas que hacer y entre ellas cosas más agradables que tomar la decisión en cuestión.
Es fácil, en este tipo de casos, caer en la procrastinación. Irlo dejando. Lo mismo las circunstancias cambian y ya no es necesario decidir, o que al menos no sea tan importante. Que las circunstancias decidan por nosotros. Nuestra mente también tiene la tendencia a olvidar lo desagradable. En resumen, que por motivos varios nos puede suceder que ante una decisión terminemos no haciendo nada sin casi darnos cuenta.
Esto me lleva a pensar en la frase, tan usada, del “a ver qué pasa”. Es una expresión que me pone bastante nervioso porque expresa un modo de vida con el que no estoy en general de acuerdo. El a ver qué pasa nos pone en una posición de espectador. Como si nuestra vida fuese una película que estamos viendo desde una butaca cómoda con unas palomitas. A mi modo de ver en nuestra vida somos protagonistas, no espectadores. Somos actores del cambio, responsables de la mayoría de las cosas buenas o malas que nos pasen.
Pero sucede a la vez que, a la hora de evaluar opciones, no hacer nada es casi siempre una de ellas. Y como es especial a veces la ignoramos, o le damos un peso diferente al resto de opciones. No reaccionar o esperar al momento adecuado para hacerlo puede tener mucho sentido. Esperar antes de actuar es de hecho muy recomendable si estamos en un estado emocional alterado. Si un correo electrónico nos ha puesto furiosos es preferible contestar, por ejemplo, al día siguiente. O no contestar.
Veo dos claves en este asunto. La primera es considerar que la inacción es una de las opciones y debe considerarse como tal. La segunda es ser consciente de la situación. Las decisiones conscientes suelen ser más productivas a lo largo del tiempo. Quiero decir, decidir y actuar sabiendo los motivos una y otra vez, no va a evitar los errores, pero nos va a hacer mejores conocedores de las opciones y de las consecuencias de las mismas.
En esto de decidir se me ocurre utilizar la consciencia para no hacernos trampas. Si una decisión que económicamente no tiene sentido la tomamos por otros motivos (emocionales por ejemplo) es bueno ser conscientes de ello. La otra alternativa es engañarse. Es decir, buscar argumentos para hacer racional algo que desde un análisis objetivo es una mala decisión. De hecho, si consideramos nuestro cerebro como racional y emocional, está demostrado que muchas decisiones son emocionales. Es más, se ha demostrado que las personas con daños en la capacidad emocional (lesiones cerebrales) tienen muchos problemas para decidir, incluso en cosas muy triviales.
Relación con el ahorro y la inversión.
En inversión se me viene a la mente el síndrome del inversor indeciso. Lo he visto muchas veces. Vamos, que he sido víctima de esto yo mismo. La indecisión en inversión viene con frecuencia marcada por la pregunta: ¿es buen momento para invertir? Cuando me preguntan esto un escalofrió recorre mi espalda y me entran sudores. Este síndrome suele ir asociado a creer en la capacidad misteriosa de poder predecir el futuro.
Es que el mercado está caro. Es que los precios van a bajar más. Cuando baje compro. Ha bajado demasiado, cuando se recupere entro. En la inmensa mayoría de los casos lo que sucede es que la persona no está capacitada para invertir, normalmente por una aversión grande al riesgo. Si se compara esa situación con el análisis pausado y la decisión consciente (basada en la pregunta: ¿estoy preparado para ser inversor?) el asunto se ve desde otra perspectiva.
De nuevo, lo importante es ser consciente. Se pasa por alto que no hacer nada es una opción perfectamente válida. Lo que sucede es que, revisando nuestra cartera, nos entra el cosquilleo ese de que “hay que hacer algo”. ¿Por qué? Esto me recuerda aquel estudio de Fidelity sobre las cuentas de clientes más rentables en un plazo largo de tiempo. El resultado fue muy sorprendente. Las cuentas con más beneficios, en muchos casos, correspondían a clientes ya fallecidos. Se ve que dejar a las inversiones tranquilas funciona bastante bien.
El no hacer nada “conscientemente” es especialmente recomendable en pánicos del mercado y en burbujas especulativas. En ambos casos la reacción de vender o comprar es muy humana, muy visceral y a la vez muy comprensible, pero a la vez puede ser un error enorme. Yo recomendaría a todo inversor tener “un plan” con decisiones predefinidas en tiempos de calma. Y a partir de ahí, martillear el hierro con las decisiones ya adoptadas. Y si hay que cambiar las reglas hágase en tiempos de calma.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/EKJO5Mx7Z7w
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