Del cuaderno.
26 de abril de 2023.
Nos dice Marco Aurelio en sus meditaciones que los hombres se quieren más a ellos mismos que a los demás, pero resulta sorprendente que se preocupen más de las opiniones de otros sobre ellos que de las opiniones propias.
Reflexión enormemente acertada. Muchas vidas han sido arruinadas por la obsesión por “el qué dirán”, por perseguir la satisfacción del prestigio y la aprobación social. Lo que pensamos sobre nosotros mismos es muchísimo más importante si queremos vivir una vida plena.
La realidad es que a la inmensa mayoría de la gente no le importamos nada y por tanto sus opiniones sobre nosotros (si las tienen) deberían sernos irrelevantes. Vivir la vida por lo que piensen otros sobre ella es una receta para la infelicidad.
Profundizando.
Queremos que nos quieran, que nos admiren, que nos tengan en cuenta. Queremos pertenecer al grupo y sentir que somos relevantes. Esto, en mayor o menor medida, es común a todos los seres humanos. Somos seres sociales. Este aspecto grupal de cooperación entre miembros de la especie ha contribuido ciertamente a nuestra supervivencia como humanos en este bello planeta.
El grupo es importante. Partiendo de la familia, la población o barrio, la comunidad regional, el país, y así hasta la humanidad. Lo que se diga de nosotros nos coloca en un lugar mejor o peor dentro de la colectividad. Y eso es importante para vivir bien. Nos gusta, es natural, que nos valoren.
Por otro lado los colectivos establecen unas normas y penalizan su incumplimiento. Algunas normas son esenciales para el orden y la convivencia, y por tanto tienen a ser universales. Otras, sin embargo, son más dependientes de la cultura en particular, por ejemplo cuanto se valora y fomenta la riqueza, qué obras se consideran realmente admirables, etc. Pero en general estaremos bajo la influencia de los valores de nuestro colectivo. No estar en sintonía con los valores del entorno cultural es realmente doloroso porque es una lucha continua.
El caso es que lo que digan de nosotros, pudiendo ser importante, también puede ser destructivo. Sentimientos como la envidia harán que se den opiniones sobre las personas que solo pretenden molestar, provocar o incluso agredir. Al final, en mi opinión, es mucho más importante lo que nos digamos a nosotros mismos que lo que digan otros. Si te dices un par de cosas agradables cada mañana seguro que tu día irá mejor que si no lo haces.
Llegados a este punto no queda otra que hablar del egoísmo. Tener una opinión excesivamente buena y poco real sobre uno mismo tampoco es la mejor receta para la vida. Pero el egoísmo también es parte de la esencia humana. El tiempo me ha enseñado que para ser generoso y entregarse a los demás también hay que tener un punto de egoísmo. Si tú no estás bien malamente podrás dedicarte a los demás. Si tú no te valoras, ¡Cómo van a valorarte los demás! Mucha gente admirable termina poniendo a los demás por delante de sí mismos, y esto suele terminar mal. Con el tiempo ese desgaste va minando nuestro propio bienestar hasta que terminamos “quemados”.
En resumen, que como con tantas cosas el punto dulce se encuentra buscando el equilibrio. Creo que existe un “egoísmo saludable” con el que ser nuestra mejor versión sin llegar a la arrogancia narcisista. Un egoísmo en el que los demás cuentan (y mucho) pero yo también.
Algo similar pasa con la aceptación social y la búsqueda del prestigio. Es algo importante, pero no debemos dejarnos llevar y pensar que es lo único importante. Si buscar la aprobación nos conduce a ir por el mundo con una máscara, algo estamos haciendo mal. Personalmente valoro mucho la autenticidad.
Relación con el ahorro y la inversión.
El mundo de las finanzas es, en cierto modo, una burbuja aislada del resto del mundo. Perteneces o no perteneces, sabes o no sabes. Vamos, que es una comunidad humana como otra cualquiera donde los egos y opiniones cuentan. Los efectos de grupo se manifiestan en este mundillo en todo su esplendor. Lo digo irónicamente, por supuesto.
Tiene la inversión la peculiaridad de ser evaluable de manera objetiva. Es decir, cada inversor obtiene unos resultados que pueden expresarse numéricamente y ser comparados con los de otras personas. No importan tanto las ideas como los números. Y esto ha dado lugar a auténticas tragedias, porque las buenas ideas pueden generar, al menos de forma temporal, malos números.
El efecto más claro de búsqueda de aprobación social en inversión es, para mí, el FOMO. El FOMO procede de las siglas en inglés de “miedo a perdérselo”. En la inversión hay sin duda un efecto “manada”, o sea, la tendencia a seguir al grupo y ello ocasiona burbujas de precios porque un activo sube mucho de precio y atrae a más compradores que lo hacen subir más y así sucesivamente.
Ver que todo el mundo se está forrando y tú no es duro. Muy duro. En este círculo vicioso han caído incluso grandes inversores. Se habla mucho de ser de pensamiento contrario (comprar lo que está barato en contra de la mayoría) y del largo plazo, pero a la hora de la verdad es fácil sucumbir a los encantos del FOMO. Esto recuerda mucho al mito griego de las sirenas. Nada nuevo bajo el sol.
Mi recomendación sería la siguiente: ten tus ideas, conoce tus objetivos, basa tus estrategias en elementos sólidos y a partir de ahí sigue tu camino y no te desvíes. Si tu pensamiento es correcto los resultados llegarán. Eso sí, hay que estar también preparados a cambiar de opinión.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/T_YGJI1hpOQ
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