Del cuaderno.
28 de abril de 2023.
Es algo imposible de evitar porque es parte de la naturaleza humana. Mirado por el lado positivo es nuestra forma de aprender. Prueba y error. Probar, fallar, probar de nuevo y fallar mejor. Rara vez se hace nada a la perfección a la primera. Debemos concedernos a nosotros mismos el derecho a fallar porque el único modo de no fallar es no hacer y esa alternativa es la peor.
También tenemos que conceder a los demás, en la familia, en el trabajo; el mismo derecho. Sin recriminaciones, sin desprecios, con comprensión y empatía. El fracaso es parte de la vida. No es cómo caes, sino cómo te levantas.
Profundizando.
Pensamos que la característica distintiva que ha llevado al éxito de la especie homo sapiens es su inteligencia. Yo creo que es su adaptabilidad. O sea, su capacidad de probar, observar, aprender y mejorar. La curiosidad juega, desde luego, un papel importante. Probar. ¿Y qué pasaría si? Sin quererlo he llegado a la descripción del método científico en su parte esencial.
A la vez la especie ha sobrevivido porque no todos sus miembros han perecido siguiendo su curiosidad. Algunos si, seguramente. Todo en la vida tiene un riesgo. Un riesgo elevado en ocasiones. Marie Curie murió por una enfermedad causada por manipular sustancias radioactivas. Corrió un riesgo que no era muy conocido en la época. Gracias a su curiosidad, y a la de muchos otros, la humanidad ha progresado.
De algún modo la adaptabilidad se plasma en el método de prueba y error. Experimentando. Probando hipótesis que se demuestran ciertas o falsas a través de los experimentos. La analogía es muy buena entre la ciencia y la vida en general. Se intenta algo (un negocio pongo por caso) y resulta ser un fracaso. La situación es idéntica a hacer un experimento de laboratorio con el que espero corroborar mi teoría, y resulta que no; mi hipótesis era falsa. La clave, la esencia del progreso, está en si somos capaces de aprender algo de estos fallos. Es decir, si el experimento aporta información útil, más allá de no haber confirmado lo que yo quería, en realidad podría considerarse como un éxito.
Como digo, esto parece ser parte de la naturaleza humana. Las organizaciones suelen tener programas de “mejora continua” y no tanto de “vamos a hacerlo perfecto a la primera”. Recuerdo la frase inspiradora que me regaló un cliente: “Es bueno caerse, siempre que nos caigamos hacia delante.”
A nivel personal debemos reivindicar nuestro derecho a probar y fallar. Fallar es bueno porque por definición significa que lo hemos intentado. Nos arrepentimos más de lo que no llegamos a intentar que de lo que salió mal. Lo que considero inexcusable es no sacar las enseñanzas que encierra el fracaso. De nuevo, a lo mejor las lecciones del “fracaso” hacen que dicho fracaso pueda ser un gran éxito.
También creo importante conceder a los demás el derecho a intentar y fallar. No es fácil. En especial con seres cercanos y muy queridos. ¿Les prevenimos del error que vemos venir o les dejamos que descubran las enseñanzas de la vida por si mismos? Con los hijos, pongo por caso. Qué es mejor, ¿Apoyaros incondicionalmente con amor y empatía o estar continuamente coartando su curiosidad e iniciativa porque “sabemos” del gran error que van a cometer?
Por cierto, no gustándome decir a la gente lo que tiene que hacer, si me admitís un consejillo, nunca, nunca, nunca digáis a un hijo o a un amigo la clásica frase de: “Te lo dije.” Cierro paréntesis.
Lógicamente, en este arte del fallo, cuenta mucho el saber evitar fallos catastróficos. A nivel individual porque a nivel de especie basta con que otros aprendan de la experiencia que ha sido fatal para un grupo pequeño de individuos.
En el tema que nos ocupa hay también muchos aspectos culturales. En algunas culturas el fallo marca y no se dan segundas oportunidades. Como si salieses a cazar con una sola bala. En otras, sin embargo, se da más libertad a la experimentación y a juguetear con el riesgo. Seguramente las sociedades de este último tipo alcanzan un mejor nivel de satisfacción y prosperidad. Lo intuyo pero no lo sé a ciencia cierta.
Lo que sí sé es que me resuena mucho la frase de Samuel Becket (traducción mía): «Lo intentaste. Fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla otra vez. Falla mejor.» Original: «Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better.»
Relación con el ahorro y la inversión.
Conozco a varias personas que no invierten por una mala experiencia. Fallaron una vez, gastaron su bala, y no van a invertir, al menos en lo que fallaron, por el resto de su vida. No quieren, o no pueden, aprender la lección para intentarlo de nuevo. No quieren fallar mejor.
Sin embargo es muy típico que muchos inversores muy exitosos cuenten (por ejemplo en entrevistas) que su mayor aprendizaje en inversión sucedió a raíz de un fallo. Cuanto más grande el fallo mayor el aprendizaje. Se ve que el dolor deja huella, que por algo es el doble de intenso que un placer que sea comparable. Aprender, aprender y aprender. Nos morimos cuando dejamos de aprender.
El riesgo, desde luego, es un tema central en inversión. Aprender pero no a costa de no poder seguir en el juego. De ahí la importancia de diversificar. Por muy convencidos que estemos de una oportunidad, si echamos todos los huevos en esa cesta puede que los perdamos todos. Y ahí se acabaría nuestra carrera como inversores. Como se suele decir, los experimentos con gaseosa.
Creo que en el campo de la inversión partimos con la desventaja de no poder apreciar claramente qué decisiones han sido fallos. Usar simplemente las ganancias o pérdidas no es una buena guía. Decisiones estúpidas pueden resultar en grandes ganancias y decisiones enormemente sólidas pueden resultar en pérdidas.
En ocasiones, incluso, hay que considerar el fracaso como el coste de hacer negocios. Es decir, una inversión muy especulativa y riesgosa es “normal” que pueda hacernos perderlo todo. Si pasa eso (se materializa el riesgo) tampoco es que hayamos fracasado. Sabíamos que podía suceder y sucedió. Éramos conscientes de ello. Eso sí, a inversiones (¿especulaciones?) de ese estilo, no echar los ahorros de toda una vida.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/rEdpkUfCWEY
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