Del cuaderno.
11 de mayo de 2023.
Casi todas las personas tenemos algo dentro que nos hace distinguir el bien del mal, lo que debemos hacer de lo que no debemos hacer. Cuando actuamos de forma continuada de acuerdo con nuestra conciencia alcanzamos la paz interior. Haciendo cosas que sabemos son “malas” nos vamos envenenando lentamente.
¿Por qué no actuamos siempre bien? Porque actuando mal podemos en ocasiones obtener un beneficio o satisfacción. Por eso en la investigación de crímenes tiene gran importancia el “motivo”, o sea, el beneficio que el criminal obtiene del mismo.
Vivir con una mala conciencia es duro. Por eso los malos actos se “racionalizan”, nos auto engañamos y nos excusamos cuando sabemos que no hemos actuado bien. Este efecto (¿mecanismo de autodefensa?) puede llegar a ser extremo. Pongo por ejemplo la demonización del enemigo en una guerra o la justificación ideológica de asesinatos en masa.
Profundizando.
Escribió Baudelaire que «La mayor astucia del diablo es convencernos de que no existe.» El mal existe. Está entre nosotros y por tanto debemos estar alerta. Afortunadamente todos los humanos llevamos dentro esa guía llamada conciencia que nos ayuda a distinguir el bien del mal con cierta claridad. A lo largo de la vida nos vemos enfrentados a circunstancias donde debemos elegir entre el bien y el mal en diversos grados.
Este tema es central en las religiones y en la filosofía. Un relativista diría que algo no es bueno o malo per se. Que depende. Que es difícil determinar de forma indiscutible lo que es bueno y lo que es malo. Que el mundo no es blanco ni negro, que es una escala de grises. Estos argumentos, debo reconocer, tienen cierto mérito, pero nos dejan a efectos prácticos al pairo de lo que queramos justificar e interpretar en cada momento. Por eso es tan importante la conciencia, ese sentimiento íntimo e intuitivo que nos guía moralmente.
Hacer el mal normalmente nos causa desasosiego. Y al contrario, hacer el bien nos hace sentirnos bien, en paz con nosotros mismos. En especial cuando nuestras acciones tienen un impacto positivo o negativo en otras personas. Causar dolor sin necesidad, por lo general, es muy incómodo. Recomiendo que sigamos a esa voz interior que sabiamente nos dice cómo debemos actuar en cada momento y cuando debemos rectificar si cometemos equivocaciones.
Debemos recordar que somos capaces del bien y del mal porque somos libres. La libertad, para mí, es uno de los tesoros más grandes que tenemos. Podemos usarla mal, claro está. Pero ser libre es un bien mayor que la posibilidad, o incluso las consecuencias, de elegir mal lo que hacemos.
Respecto al mal con mayúsculas, a las grandes atrocidades de la historia, no siempre lejanas en el tiempo, siempre me ha llamado la atención el consenso de que “yo no lo hubiese hecho”. ¿Seguro? En las tragedias de Camboya o de Ruanda yo hubiese sido de los buenos. Esto equivale a decir que los participantes en estos episodios, millones de personas, son todos ellos peores que yo. Lo dudo. Creo que bajo las condiciones adecuadas, todos somos capaces de perpetrar los males más atroces.
Las razones son múltiples y es imposible analizarlas todas en un texto breve como este. Se me ocurre como una de ellas el querer estar en sintonía con el grupo. No ser diferente. No ser una oveja de otro color dentro del rebaño. Hay una foto genial de la época nazi en la que una multitud hace el saludo del brazo en alto salvo una persona. La foto es impactante y transmite el coraje (¡y el dolor!) de esa persona que de forma heroica se distingue voluntariamente del resto. No es fácil. Lo más cómodo es dejarse llevar por la corriente.
Cualquier guerra (yo no he vivido ninguna) pone al ser humano en esta tesitura de tener que tomar decisiones difíciles. Matar a alguien al que no conoces de nada y que no te ha hecho nada malo es una expresión cruda del mal. ¿Por qué se hace entonces? Básicamente porque aplicamos a nuestras conciencias el bálsamo tranquilizador de la justificación. La racionalización de los actos injustos está presente en estos episodios dramáticos y en los más cotidianos del día a día. En el caso de conflictos de grupo como las guerras esta racionalización se consigue deshumanizando al enemigo. Lo de la deshumanización es literal. Basta asomarse a la propaganda de los regímenes totalitarios.
Insisto. Historias así pasan hoy en día. Quizás no a nosotros en primera persona. Pero suceden. Para ejemplos ponga el próximo noticiario de la televisión. Apliquemos las enseñanzas de todo esto a nuestra propia vida. Cada vez que deshumanizamos al rival, cada vez que atacamos a personas por sus creencias o ideologías estamos sembrando el odio. Ese odio que es tan fácil, una vez generado, hacer que explote con una simple chispa.
Relación con el ahorro y la inversión.
El ahorro y la inversión están protagonizados por humanos. Por lo tanto el bien y el mal son parte intrínseca de los mismos. La relación más obvia entre esta reflexión y el mundo empresarial son para mí los incentivos. Hacemos cosas malas casi siempre por sacar un beneficio de ellas. Para sacar “tajada” que diría un castizo.
En ocasiones la percepción del capitalismo de Wall Street es de que “todo vale” para generar beneficios. Esta actitud socava el prestigio del sistema financiero. Y la verdad, hay que reconocerlo, pocas veces como inversores nos hacemos preguntas sobre la ética de los que dirigen los negocios de los que somos accionistas. Ser accionista es ser propietario e indirectamente es confiar en los gestores de la empresa. Pero más allá de que nos den mejores plusvalías o dividendos, no solemos hacernos preguntas como: ¿actúan los directivos correctamente?, ¿son de fiar?
Es más, cada vez el inversor y el mundo corporativo están más desconectados. Es raro que como pequeños inversores nos dejen ejercer y ejerzamos nuestro derecho a voto en las asambleas. Como que el sistema promueve la separación entre los negocios y sus legítimos dueños. Las demandas de la vida moderna también hacen que no tengamos tiempo para estas cosas, todo hay que decirlo. Y los poderosos se aprovechan. Danos tu dinero y nosotros ya nos encargamos.
En el análisis fundamental de empresas suele haber un apartado sobre los gestores. La idea es que un negocio bien gestionado tiene más probabilidades de ser una buena inversión. En este apartado es bueno ver (aparte de lo típico) que los gestores merecen confianza. ¿Montaría yo un negocio con estas personas? Pregunta muy pertinente porque de hecho, si te haces accionista, es exactamente lo que estás haciendo. Conviene no olvidarlo. Resulta especialmente útil leer pasados informes de las empresas y ver, a toro pasado, si las promesas se cumplen.
Lo del bien y el mal relacionado con el mundo corporativo daría para un libro completo. Con una segunda parte sobre la relación entre los negocios y la política. Que el mundo de las conexiones y de la información privilegiada da para mucho.
Reflexión improvisada en audio: https://youtu.be/sFLyPE3BAKA
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